El P. Pedro nació a la luz de este mundo el día 22 de febrero de 1922, en Ahigal  de los Aceiteros, Salamanca, España. Y ha nacido a la luz plena y eterna del mundo de Dios el día 7 del presente mes y año, en Tela (Honduras). Unos brazos humanos maternos y paternos recibieron a aquel niño al nacer y unos brazos divinos de Padre-Madre han acogido a este anciano, hecho niño en el espíritu del evangelio, al morir. El P. Pedro no habrá tenido problemas para entrar por la puerta estrecha al Reino de los cielos, porque se hizo como niño (Mt. 18, 2-4).
Señalo algunas fechas significativas de su itinerario vocacional: primera profesión  religiosa como misionero claretiano: 16-7-41; profesión perpetua: 16-7-44; ordenación sacerdotal: 18-9-48; misionero en Honduras: 4-5-82.

Sesenta años tenía el P. Pedro cuando vino a Honduras, dispuesto a “nacer de nuevo”: nueva geografía, nuevo ambiente, nueva cultura, nueva misión. Fue destinado a la  comunidad Puerto de Tela, Parroquia de San Antonio de Padua, cuando todo el departamento de Atlántida estaba  dividido en dos parroquias, la dicha de San Antonio de Padua y la de San Isidro en La Ceiba. Inmenso y variado campo de trabajo, capaz de acobardar a los pusilánimes pero propicio para suscitar la creatividad  de los animosos. P. Pedro pertenecía a este grupo, al  de quienes, ante las necesidades, buscan  soluciones, más que recitar lamentaciones. En su imaginación bullían ideas y proyectos de orden religioso, social y cultural, nacidos de una preocupación: el bien integral de las personas y el desarrollo de la ciudad.
Veintisiete años ha “vivido” el P. Pedro en Tela, no simplemente “estado” o “permanecido”; veintisiete años “viviéndose”, es decir, siendo consciente del don de la vida, gozando de este don, dando sentido al hacer y al padecer, llenando de valor consistente la sucesión de las jornadas.

Vivir es convivir, vivir con otro, vuelto a los otros. La comunión plenifíca. El egoísmo empobrece. P. Pedro ha sido una persona de comunión, de diálogo, de relación. Supo  querer y dejarse querer.  El funeral ha sido una manifestación popular del aprecio y estima que  se ha granjeado. El pueblo ha querido

acompañar masivamente a aquel por quien se sintió acompañado.  Ha querido decir adiós (a Dios) a quien ha percibido como una dulce presencia del amor de Dios.  “A Dios” va el P. Pedro.  “A Dios” damos gracias, alabanza y gloria por su vida compartida con los  fieles de la parroquia de San Antonio, especialmente con los teleños.

El P. Pedro vive para siempre en Dios y en el amor del pueblo de Tela porque se ha

Entre el cariño de niños y niñas del Centro Educativo Parroquial La Milagrosa

“desvivido”.  Se están   cumpliendo en él las palabras  de Jesús: “quien quiera reservar su vida, la perderá; pero quien la entregue por Mí la salvará” (Mt. 16, 25). El misionero Pedro no vino a Honduras  buscando honores, comodidades o riquezas. No ha vivido absorbido por intereses egoístas  sino  que se ha gastado y desgastado por los  demás. Ha vivido desviviéndose, sencillamente, humildemente, sin ruidos, como se gasta y consume una vela encendida.

Paradójicamente, cuando nos desvivamos por los demás vivimos en plenitud y vivificamos a otros. He visto cómo el P. Pedro se iba debilitando físicamente al tiempo que se fortalecía su hombre interior: el amor, la ternura, la confianza, el abandono, la fe y crecía la disponibilidad de otras personas para atenderlo, cuidarlo y mimarlo

El P. Pedro ha cumplido fielmente la tarea encomendada. Sólo le queda recibir la corona de salvación que le dará el Señor. Y no sólo a él, sino a todos los que esperamos con amor su venida gloriosa. (Cfr. 2 Tim. 4, .
 

Mons. Angel Garachana Perez